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Poesía griega

Poesía latina

Dedham Vale, 1802, J.Constable, Victoria and Albert Museum, Londres

QUINTO HORACIO FLACO (65-8 A.C.)

Epodos y Odas, Horacio, Alianza, 1990 (Trad. Vicente Cristóbal López)

 

Odas, (Libro III), 30

 

He levantado un monumento más perenne que el bronce y más alto que la regia construcción de las pirámides, que ni la lluvia voraz, ni el Aquilón desenfrenado podrán derruir, ni la innumerable sucesión de años y la fuga de las generaciones.

No moriré por completo y mucha parte de mí se librará de Libitina; yo creceré sin cesar renovado por el elogio de la posteridad, mientras al Capitolio ascienda el pontífice acompañado de la silenciosa vestal.

De mí se dirá, por donde resuena el violento Áufido y por donde Dauno, pobre en agua, reinó sobre tribus campesinas, que, llegando a ser influyente, aunque de origen humilde, trasladé el primero la canción eólica a los ritmos de Italia.

Acepta el honor que mis méritos te han procurado y ciñe propicia mi cabellera, Melpómene, con laurel de Delfos.

 

 

Odas, (Libro I), 23, 30

 

23.

 

Me esquivas, Cloe, igual que el cervatillo que busca a su medrosa madre por lo intrincado de las montañas, no sin un vano temor a las brisas y al bosque; pues si la llegada de la primavera hace estremecerse a las móviles hojas, o si los verdes lagartos remueven las zarzas, le tiembla el corazón y las rodillas.

Sin embargo, no voy yo en pos de ti para destrozarte, cual tigresa salvaje o león de Getulia: deja de una vez de seguir a tu madre, tú, que eres ya madura para el varón.

 

 

30.

 

¡Oh, Venus, reina de Cnido y de Pafos, olvídate de tu amada Chipre y trasládate a la lujosa mansión de Glícera, que te invoca con incienso en abundancia!

Apresúrense contigo el ardoroso niño y las Gracias, de cinturas desceñidas; las Ninfas y la Juventud, poco agradable sin ti, y con ellas Mercurio.

 

  

SEXTO AURELIO PROPERCIO (47 A.C. A 15 A.C)

Elegías completas, Propercio, Alianza, 1987 (Trad. Hugo Francisco Bauzá)

 

LIBRO SEGUNDO (29b)

 

Era el alba y quise ver si ella descansaba sola

y Cintia estaba sola en su lecho.

Me quedé atónito; nunca me pareció más hermosa,

ni siquiera cuando se vistió con purpúrea túnica

e iba entonces a referir sus sueños a la casta Vesta

a fin de que ni a ella ni a mí fueran dañinos:

tal me pareció, recién liberada del sueño.

¡Ah, cuánto vale por sí misma la resplandeciente belleza!

“¿Qué haces tú, me dijo, que a la mañana espías a tu amiga?

¿Crees que tengo costumbres semejantes a las tuyas?

No soy tan frívola: bastante me será haber conocido a un amante

tú u otro que pueda ser más sincero.

No hay ningún vestigio de que mi lecho haya estado revuelto

ni señales de que sean dos los que yacieron en él dando vueltas.

Mira cómo en todo mi cuerpo no surge ningún vestigio

evidente de haber cometido adulterio.”

Así se expresó y rechazando mis besos con su diestra

se irguió introduciendo su pie en la delicada sandalia.

De ese modo yo, custodio de un amor tan casto, fui rechazado:

desde entonces no tuve ninguna noche feliz.